A primera hora de la mañana del 9 de diciembre, Steve Shrimpton llamó a Peasmarsh y le dio a Paul la noticia de que habían disparado a John delante del Dakota cerca de la medianoche, hora de Nueva York, y que había muerto poco después en el hospital Roosevelt. En ese momento Linda estaba fuera, pues estaba llevando en coche a Mary y a Stella a la escuela, de modo que Paul estaba solo en la casa. Cuando ella regresó, lo encontró de pie, en la entrada para coches. "Me di cuenta con solo mirarlo de que algo iba absolutamente mal -recordaría ella-. Nunca lo había visto así antes. Desesperado, sabes [.] lágrimas".

Su primera reacción fue llamar por teléfono a su hermano Michael, cuyo inminente libro, Thank U Very Much, incluía las fotos que Mike le había hecho a John en el número 20 de Forthlin Road, escribiendo canciones con Paul en los sillones enfrentados, lo bastante cómodo y seguro para llevar aquellas gafas de carey que tanto detestaba. Mike, que siempre había tenido un temperamento más cercano al de John que "nuestro chaval", quedó igual de devastado.
Ese día Paul tenía en su agenda ir a Londres, a los estudios AIR de George Martin, para grabar una canción llamada "Rainclouds" con Paddy Moloney de los Chieftains. Se había convocado a varios músicos de sesión de primera fila, entre ellos a Denny Laine, y Moloney volaba desde Dublín solo para ello; después de hablarlo con Linda, decidió no cancelar la sesión.
Fue la noticia más importante en todos los informativos televisivos y radiofónicos de Gran Bretaña, así como del resto del mundo. El asesino de John, Mark David Chapman, de veinticinco años, era un fan de los Beatles a quien Lennon le había autografiado un álbum algunas horas antes. Cuando John y Yoko volvieron a su casa después de una sesión de grabación que se había prolongado hasta altas horas de la noche, Chapman, que lo estaba esperando, le disparó cinco veces en la espalda con una pistola y luego se apoyó en la pared a esperar a la policía, mientras leía con actitud despreocupada un ejemplar de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.
El impacto que causó la muerte de John de esa manera recordaba el asesinato del presidente John F. Kennedy diecisiete años antes. aunque en un nivel más personal. Millones de personas, en numerosas tierras e idiomas, lamentaron la pérdida de alguien a quien tenían la sensación de conocer como amigo y cuyo comportamiento díscolo y con frecuencia exasperante quedaba muy superado por su humanidad, su honestidad y su ingenio. De pronto el mundo se había vuelto más pobre, no solo en la música, sino también en las risas. Se celebraron vigilias masivas y llenas de consternación delante del Dakota, en torno al St. George's Hall de Liverpool y en muchos otros lugares. A toda prisa se imprimieron números especiales de periódicos y revistas en su homenaje, que se agotaron al instante.
En los estudios AIR, Paul, George Martin y los otros músicos atravesaron el 9 de diciembre "como robots", según recordaría más tarde Paul, y terminaron un tema para la película del oso Rupert titulado de manera irónica "We All Stand Together" ["Todos estamos juntos"]. Como era inevitable, Rupert traía recuerdos de la infancia de ambos en los cincuenta, cuando el mundo parecía un lugar muy seguro y el asesinato era algo que solo les ocurría a potentados llenos de medallas en países muy lejanos. Durante la tarde, Paul recibió una llamada telefónica de Yoko que cogió en privado para luego regresar con lágrimas en los ojos. "John te tenía mucho cariño", le había dicho ella. Más tarde él recordaría cómo el mecanismo compositivo de su cabeza no dejaba de repetir una y otra vez la misma frase con respecto a Mark David Chapman: "El más gilipollas de todos los gilipollas". Hubo un momento de los que remueven el estómago cuando él y Denny Laine estaban mirando aturdidos por la ventana el tráfico que pasaba y vieron un camión de una empresa llamada Muebles Lennon.
Cuando Paul salió, lo hizo a través de la entrada principal y se topó directamente con un matorral de cámaras de televisión. No tuvo tiempo, como acostumbraba a hacer en los momentos de tragedia, de "rodearse de un caparazón". El familiar rostro picarón estaba demacrado y ceroso, como si lo hubieran despojado de todo su atractivo. Sin embargo, un reflejo lo hizo detenerse y contestar a la perenne y necia pregunta de los noticieros televisivos de "¿Cómo te sientes?". "Es una noticia terrible -respondió-. Estamos todos muy impresionados". Aunque no era necesario decir nada, permaneció allí enfrentándose a preguntas más elaboradas, que respondió brevemente mientras mascaba chicle. ¿Quién le había dado la noticia? "Un amigo". ¿Qué estaba haciendo en AIR? "Escuchando algunas cosas, nada más". En un día como ese, ¿por qué no se había quedado en su casa? "No tenía ganas". Cuando el entrevistador por fin se quedó sin ideas, Paul añadió: "Es un coñazo, ¿verdad? Vale, adiós", y luego se metió en el coche que lo esperaba.
El comentario llegó a los titulares por su aparente falta de seriedad, incluso indiferencia. Paul pidió disculpas por no ser "bueno para expresar la pena en público", y señaló con toda la razón que ni George ni Ringo "habían ofrecido ningún gran comentario tampoco". George dijo que lo habían despertado con la noticia y que luego se había vuelto a dormir "y cuando me volví a despertar seguía siendo cierto", para luego añadir la mecánica muletilla de que "estoy impactado y aturdido". Ringo, que se encontraba en Barbados, no dijo nada pero sí hizo algo: contrató de inmediato un avión privado y viajó hasta Nueva York acompañado de su inminente esposa, Barbara Bach, para expresar sus condolencias a Yoko.
Paul, por lo general tan hábil para los comentarios breves, se autoflageló por ese paso en falso más de lo que cualquiera podría imaginarse. Llevaba haciendo lo mismo desde los catorce años, tras su reacción inicial ante la muerte de su madre; mientras su padre y su hermano estaban bañados en lágrimas, él había preguntado con pragmatismo cómo se las iban a arreglar sin su salario de partera. Entonces, al menos, esas palabras descuidadas se habían pronunciado solo una vez; ahora se repetían de manera incesante en boletines de noticias y en primeras planas. Como observaría luego, "no puedes retirar lo que está impreso y decir: 'Mira, permíteme frotar eso en mierda y en pis y luego llorar encima durante tres semanas y así entenderéis lo que había querido decir cuando dije [.] que era un coñazo'". Más tarde, ya de regreso en Peasmarsh, no hubo, desde luego, nada de ligereza. "Nos quedamos mirando las noticias en la tele allí sentados con los niños, llorando toda la noche".
En poco tiempo se emitió un comunicado público irreprochablemente redactado a través de MPL: "No puedo procesarlo en este momento. A John se lo recordará por su contribución única al arte, a la música y a la paz mundial". Paul parecía haber recuperado el control, aunque esa impresión no podía haber sido más engañosa. Dio la casualidad de que el 10 de diciembre había una caza de faisanes en los bosques que rodeaban Peasmarsh. El sonido de los disparos lo asustó tanto que Linda tuvo que pedir a los cazadores que se alejaran. "Durante varios meses después de aquello -recordaría él-, cualquier mención de las palabras arma, rifle o pistola me impactaba, me atravesaba con una resonancia que era como un pequeño eco del disparo [de Chapman]".
La tía de John, Mimi, que entonces residía en un bungaló en Poole (Dorset) que él le había comprado, se enteró de la noticia por la radio. A continuación la llamó Neil Aspinall, pero no lo hizo ninguno de los Beatles supervivientes. Podría haberse esperado que Paul fuera el primero de la fila, incluso a pesar de que en el pasado Mimi no había sido muy amable con él, pues lo llamaba el "amiguito" de John y lo consideraba eternamente manchado en términos sociales por haber vivido en el barrio de clase obrera de Speke. Sin embargo, él eludió esa obligación y más tarde explicó que no habría sabido qué decir. Pero en años posteriores lo compensaría con creces. "Paul es el único de ellos que se ha mantenido en contacto conmigo -declaró Mimi a un entrevistador poco antes de su propia muerte, en 1991-. Siempre me pregunta cómo estoy y si necesito algo". En cuanto a Yoko, ni su peor enemigo podría haberle deseado el horror de ver cómo mataban a John delante de ella. Y, así, el resentimiento y las burlas que la habían perseguido desde los sesenta desaparecieron; en su lugar solo había compasión, realzada por la tragedia de su hijo, Sean, a quien habían despojado de un padre cariñoso a la edad de cinco años.
De la misma manera, se supuso que los otros exbeatles debían de haber dejado a un lado cualquier viejo resentimiento y que correrían hacia ella para compartir su pesar. Sin embargo, cuando, unas semanas más tarde, le preguntaron a Yoko de qué manera ellos la habían apoyado, respondió de forma harto significativa "sin comentarios", lo que era injusto tanto para Ringo en el corto plazo como para Paul en el largo.
Antes de la muerte de John, Paul no tenía una mala relación con Yoko, pero en el período subsiguiente realizó un esfuerzo consciente para conocerla mejor.
Descubrió a una mujer más experta incluso que él mismo en ponerse un caparazón protector, a quien al principio le irritaban sus acercamientos y que respondía que no quería que la trataran como "la viuda del año". "Al principio me sentí rechazado y pensé: 'Oh, bien, genial, entonces que te den' -recordaría él más tarde-. Pero luego pensé: 'Ha sufrido la tragedia de su vida y yo actúo como un demente insensible que dice: «Bueno, si no me vas a tratar bien, yo tampoco lo haré»'".
El hielo se rompió, al menos un poco, un día en que él y Linda estaban de visita en el apartamento del Dakota y Yoko les ofreció algo para comer. Se decidieron por el caviar, como aquel de Fortnum & Mason del que ella y John acostumbraban a atiborrarse en grandes cantidades cuando iban a la sede de Apple. Cuando llegó una lata de la cocina, vieron que los empleados de ella habían dado cuenta de todo excepto un pequeño bocado. Entonces ella les ofreció vino pero cuando mandó a buscar la única botella que tenía, también descubrió que su personal casi la había vaciado. "Estábamos completamente muertos de risa -recordó Paul-. Y el alivio fue indescriptible".
McCartney participó de una marcha en Nueva York para pedir por el control de armas. "Uno de mis mejores amigos fue víctima de violencia con arma de fuego cerca de aquí", dijo Paul Para él tuvo un significado inmenso enterarse por Yoko que, a pesar de sus conflictos, siempre le había caído bien a John y, lo que era más importante, que había admirado sus canciones y que las volvía a escuchar con frecuencia.. En la época de los Beatles, muy pocas veces habían tenido tiempo de juzgar el trabajo de cada uno antes de que el mundo se volviera loco con él y, en particular, John había sido moderado con los elogios. "Si recibías una pizca de elogio, una migaja, te sentías muy agradecido". En la época en que Stu Sutcliffe todavía era un beatle, les encantaba tontear con sesiones de espiritismo y tablas ouija y pactaron que el primero que muriera trataría de hacerles llegar un mensaje a los otros. Stu había sido el primero, pero no había llegado ningún mensaje. Con John, Paul mantuvo un oído medio atento al más allá durante varios años.
En verdad, el mundo jamás se recuperaría de la muerte de John Lennon. Además de la absurda erradicación de un talento único e irreemplazable, dio paso a una era en que obsesos psicópatas con el molde de Mark David Chapman recurrirían cada vez más al homicidio -y luego al asesinato en masa- para alcanzar los "quince minutos de fama" prescritos por Andy Warhol. Desde luego, ningún miembro de la órbita personal de John logró recuperarse del todo. "Los dejó a todos aturdidos para el resto de sus vidas -observaría Linda-. Jamás podrá encontrársele sentido".
Desde ese momento en adelante, Paul tendría que convivir con una percepción de su personalidad y la de John que parecía inalterable: Lennon el vanguardista y experimentador que no temía correr riesgos; McCartney el melódico, el sentimental, el seguro. Había aprendido a tomarse con filosofía todas las ocasiones en que había asumido un segundo plano con respecto a John o cuando se le adjudicaba a este algo que él había iniciado, como sus incursiones en la musique concrète, la lectura de libros religiosos tibetanos o dejarse el bigote.
Llegó a comprender que a él "siempre le había gustado ser el segundo" en el contexto de un grupo por completo diferente; cuando salía a cabalgar con otras personas, el jinete que encabezaba la comitiva siempre tenía que lidiar con la trabajosa tarea de abrirles las verjas a los demás. "Cualquiera que sea el segundo, que está condenadamente cerca del primero, se limita a pasear y tiene una vida fácil. Pero sigues al lado del número uno. Este sigue necesitándote de acompañante".
Con el tiempo y ante amigos como el diseñador David Litchfield -por lo general cuando estaba ebrio-, pudo incluso llegar a bromear que en la competición que siempre habían disputado entre los dos, la muerte de John lo había colocado de manera definitiva en una posición de superioridad. "Él murió siendo una leyenda y yo moriré de viejo. ¡Típico de John!".
Tomado del diario argentino La Nación.