
En sus principios el tenedor no fue un invento agradable para Occidente. Teodora, la hija del emperador de Bizancio Constantino Ducas lo introdujo en Europa en el siglo XI a través de Venecia cuando contrajo matrimonio con el Jefe de aquella República, Doménico Selvo.
Entonces la princesa no podía llegar a imaginar la desaprobación que iba a causar un utensilio tan práctico, ya habitual en Oriente.
Hasta la Iglesia Católica expresó públicamente su disconformidad por el uso del tenedor. San Pedro Damián amonestó a Teodora desde el púlpito por haber importado una moda no apta para buenos cristianos.
-Dios no nos hubiera dado dedos si hubiera querido que usáramos ese instrumento satánico.
Al rechazo religioso se sumó el social y el político. Poca gente estaba a favor de lo que consideraban una tortura.
Hay que recordar que en la Edad Media comer con los dedos no estaba mal visto. Era una práctica habitual también en la corte, e incluso existían normas de protocolo al respecto. Había que utilizar sólo las puntas de los dedos para ingerir los alimentos, pero mucho cuidado. Chupárselos quedaba terminantemente prohibido: para lavarse ya había unos recipientes con agua que se utilizaban después de cada plato o, como mínimo, al terminar la comida.
Más adelante, en el siglo XVI, el primer código escrito de buenas maneras para comensales, promovido por el rey Enrique III de Francia, apuntaba más reglas al respecto: "Toma la carne con los tres dedos y no la lleves a la boca en grandes pedazos. No tengas demasiado tiempo las manos en el plato".
La reina Isabel de Inglaterra y el Rey Sol de Francia comían con las manos. El escritor Michel de Montaigne se mordía los dedos cuando almorzaba apurado. Cada vez que el músico Claudio Monteverdi se veía obligado a usar el tenedor, pagaba tres misas por el pecado cometido.
Costumbre de cursis y afeminados.
Desde su llegada, el tenedor estuvo arrinconado en Occidente casi mil años, hasta finales del siglo XVIII. Los nobles personajes que intentaron acostumbrar a sus sociedades a este utensilio de mesa no tuvieron ningún éxito. La fama de cursi que ya se ganó Teodora, que usaba el tenedor hasta para rascarse la espalda. Más adelante, ni siquiera el rey Carlos V de Francia consiguió convencer a sus conciudadanos de la utilidad del tenedor. Las sospechas de homosexualidad que giraban en torno a él llevaron a conectar el uso de tan refinado instrumento con los hombres afeminados.